LAS VOCES QUE LLEVAMOS TODOS DENTRO: AUTOEXIGENCIA Y AUTOESTIMA

Para entender la autocrítica, vamos a diferenciar previamente dos “Yo”. No hablamos de dos personalidades distintas como en los trastornos psicóticos, ¡tranquilos! Nos referimos al tipo de mensajes que nos envía nuestra mente ante situaciones a las que enfrentarnos que, normalmente, nos agobian con un futuro catastrófico o nos recuerdan y castigan con algo de nuestro pasado.

Yo preocupado

Esta parte nos avisa continuamente para que permanezcamos alerta y rindamos lo mejor posible para prevenir o solucionar problemas antes de que se puedan dar. Nos lleva a anticipar.

Como os hemos explicado en otras ocasiones, y si venís a consulta con nosotras habréis escuchado muchas veces la siguiente explicación: nuestra mente tiene la función de mandarnos mensajes con el propósito de velar por nuestra supervivencia y bienestar. Y esto, en muchas ocasiones, lo hace enviándonos mensajes catastrofistas (“y si…”) nos pone en la peor situación para generar en nosotros un estado de alerta, que nos lleve a la acción de evitarlo. Es por tanto una función adaptativa del ser humano, que nos ha ayudado a lo largo de la historia ante escenarios amenazantes. Pero en la actualidad la traducción se parece más a “esto se parece a aquel dolor que sentiste, evítalo” o “es posible que esto te haga sentir mal”. Nos moviliza hacia la acción y la emoción que suele desencadenar es la ansiedad.

Yo crítico

Es la parte más exigente y dictadora. Es una voz mucho más pesimista, sin dar lugar a posibilidad de cambio en su mensaje. Nos habla con pensamientos del tipo “qué inútil, lo has vuelto a hacer mal” “qué vergüenza has quedado fatal, menudo ridículo has hecho” “se van a reír de ti” … Es una voz que castiga, que nos machaca y ancla a un pasado que no hemos aceptado ni nos hemos perdonado. Suele venir tras experiencias previas en las cuáles nos hemos sentido inútiles, poco capaces, expuestos al ridículo… Y el miedo a volverlo a vivir y la falta de autocompasión nos castiga con estos mensajes.

Ambas voces influyen en nuestro autoconcepto (aunque es la parte crítica la que suele interferir más) y en cómo nos enfrentarnos a situaciones en nuestro día a día. Son mensajes de nuestra mente que vienen para protegernos pero que, cuando aparecen con demasiada frecuencia, duración o intensidad, paradójicamente resultan un problema e impedimento más que una ayuda. Por ejemplo, una persona con baja autoestima ha conseguido un puesto en la empresa de sus sueños, pero no es capaz de disfrutarlo porque se siente un farsante (“se van a dar cuenta de lo inútil que soy y me van a echar”, “si ha sido tan fácil entrar no debe de ser para tanto”).

Todos tenemos estas voces internas a las que debemos aprender a entender y gestionar. Es decir, todos tenemos cierto grado de autoexigencia. El ser humano tiene tendencia al crecimiento, pero ¿cuándo y por qué estamos ante una autoexigencia excesiva?

Autoexigencia excesiva

Es la necesidad de conseguir unos parámetros de perfección poco realistas de manera autoimpuesta a pesar del malestar que supone perseguirlos. Es muy común centrarse más en los errores que el proceso de la acción o tarea que se está realizando.

La autoexigencia trae consigo mucho malestar por la dificultad de conseguir aquellas metas que al final no van a ser suficientes, por el diálogo interno que machaca en la mayoría de las situaciones y porque la persona construye su autoestima en base a esa autoexigencia (esa necesidad de perfección a través de la cual se siente más válida).

De ahí, que al final la meta nunca sea suficiente. No debemos centrarnos en trabajar únicamente la meta, sino la autoestima y el autoconcepto. Debemos entender de dónde viene esa autocrítica intensa y por qué hemos basado nuestra valía en ella (autoestima).

¿De dónde viene la autoexigencia y cómo se traduce?

  1. Crecer en un ambiente en el que se halaga constantemente. Cuando vivimos desde pequeños escuchando elogios como “es que es muy bueno”, “es de los mejores de clase”, “se le da genial…” de manera reiterada, es posible que vayamos forjando nuestra personalidad y autoestima en base a esas características. Puede ocurrir, que en la edad adulta esto se traduzca en autoexigencia por mantener esos estándares sin los cuales interpretamos no ser válidos.
  2. Haber sido humillado en gran medida durante la infancia. Ser víctimas de críticas constantes y desmesuradas durante nuestra niñez, puede traducirse en perfeccionismo y continua autocrítica por conseguir esa “perfección” con la que creemos ser válidos y aceptados.
  3. Padres autoritarios exigentes. Cuando nuestros referentes y pilares son exigentes, podemos crecer asociando el cariño y el amor bajo la exigencia de perfección. Esto podría traducirse en dependencia emocional en la edad adulta, entre otros.
  4. Haber vivido una experiencia negativa o traumática. El miedo a volver a vivir algo tan doloroso e interferente nos puede hacer caer en una excesiva necesidad de control y perfeccionismo, que nos da una sensación de falsa seguridad actuando como parche y que alimenta el círculo vicioso de esta necesidad.
  5. Hijos de padres perfeccionistas, pueden desarrollar ese perfeccionismo y excesiva autocrítica puesto que es la forma en la que han aprendido a relacionarse consigo mismos y la única manera que tienen de funcionar.
  6. Sufrir baja autoestima o personalidad pasiva, que genera la necesidad y dependencia de asegurarnos que esté todo bajo control, todo el mundo esté contento con nosotros, dar el 100% en de nuestro desempeño… para equilibrar ese sentimiento de inferioridad e inutilidad.

Entender de dónde nace la autocrítica nos ayuda a conocernos y, por tanto, a identificar cuándo nos afecta y de qué manera, puesto que muchas veces no nos damos cuenta de que esta manera de actuar nos está haciendo ese daño.

¿Cómo lo trabajamos?

Los puntos clave en los que nos centramos son:

  1. Reconocer mis “debo” y entender de dónde vienen. Valorar si realmente son necesarios para acercarme hacia la persona que quiero ser o cumple una función de parche para mi autoestima.
  2. Autodiálogo: es la forma que tengo de comunicarme conmigo mismo (entre las distintas opciones está la autocrítica). No es lo mismo “a ver si cierro el pico que voy a llegar a verano como una morsa” o “qué inútil, tu jefe te va a decir de todo porque los has hecho fatal” a “voy a empezar a cuidarme porque quiero verme bien” o “Jo qué fallo, voy a intentar que no me vuelva a pasar y explicárselo a mi jefe”. La forma en que nos hablamos tiene un gran impacto emocional. Una buena manera de empezar a trabajarlo es pensar en hablarnos como si fuésemos nuestra mejor amiga, ¿le hablarías de esa forma tan dañina?.
  3. Autoconocimiento: clave para el bienestar emocional. Es el nivel de conocimiento que tenemos sobre nosotros mismos, que engloba cómo vivo las emociones, mis necesidades, mis deseos, mis puntos fuertes y débiles, mi capacidad de introspección…
  4. Autocompasión: se trata de ser consciente de cómo estoy sintiendo aquello que me causa dolor y entender por qué he llegado hasta ahí, sin juzgarme sino aceptarme y comprenderme.

A través del proceso terapéutico, logramos reconocer estas voces comprendiendo de dónde vienen y qué nos quieren decir (cuál es su función). Una vez conseguido esto, podremos trabajar en la imagen que tenemos sobre nosotros mismos y la autoestima. Así, estas voces empezarán a ser de nuevo adaptativas y no voces disfuncionales que interfieren en nuestro día a día.

 

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