¿PUEDO CONTROLAR LAS EMOCIONES?

NO, no se pueden controlar las emociones. Así de sencillo. Muchas personas que vienen a consulta se plantean como objetivo terapéutico controlar lo que ocurre dentro y fuera de sí mismos. Esto es normal, ya que los avances tecnológicos nos han conducido a la era de la inmediatez, el confort, la libertad y la seguridad. Sin embargo, algunas situaciones de nuestra vida tambalean todo eso, haciéndonos plenamente conscientes de algo que no podemos controlar: las emociones.

LEYES DE LAS EMOCIONES

A continuación te presentamos las cinco leyes principales que siguen las emociones, para que puedas darles espacio sin desbordarte ante su aparición.

No puede controlar las emociones, te llaman, gritan o patalean hasta que escuches su mensaje.

La ley de los vasos comunicantes dice que todas las emociones se manifiestan a nivel corporal, a nivel de pensamiento o subjetivo y a nivel comportamental. El nivel fisiológico depende de nuestro cerebro, por lo que poco podemos hacer para controlarlo. No obstante, en lo que respecta a los otros dos niveles, sí podemos permitirnos la aparición de determinados pensamientos y la realización de actividades que nos devuelvan al nivel de activación óptimo. Los errores que solemos cometer en este sentido tienen que ver con querer controlar las emociones y lo que pensamos, esforzándonos a veces demasiado para evitarlo, y querer dirigir nuestra conducta hacia lo que “debe ser” y no como queremos que sea. Ambas opciones tienen como consecuencia el desbordamiento de los otros dos niveles.

Las emociones quieren llevar a los pensamientos a su terreno: ley del sesgo afectivo.

Es muy probable que los pensamientos que nos vienen a la cabeza estén influidos por nuestro estado emocional, especialmente cuando este es de alta intensidad o duración. Resulta fundamental tomar conciencia de este efecto para no creernos todo aquello que pensamos cuando nos sentimos invadidos por emociones desagradables, así como para demorar la toma de decisiones importantes.

Adaptarse o morir: ley de la adaptabilidad.

Todas las emociones traen consigo un mensaje que permite nuestra adaptación y la satisfacción de necesidades básicas. Para acceder a dicho mensaje, resulta útil recurrir a la situación que desencadenó la emoción y evaluar si sentimos alguna pérdida, algún obstáculo o alguna gratificación. Solo escuchándonos a nosotros mismos, podremos dirigir nuestro comportamiento hacia el estilo de vida deseado.

¡Abajo jueces, arriba la observación de lo que hacemos cuando sentimos!: ley de la amnistía.

A menudo nos juzgamos duramente por sentir una determinada emoción, aun cuando la aparición de esta no depende en ningún caso de nosotros. Esos juicios, que también los hacemos con las emociones de los demás, no hacen otra cosa que contribuir al malestar. Por ello, esta ley nos recuerda que, a diferencia de la conducta, el terreno emocional, y en ocasiones también el cognitivo, no es controlable ni merece autocastigo. Si lo dejamos estar, acompañándonos en ese proceso con cariño y compasión, aparecerá y desaparecerá sin tener importantes consecuencias sobre nosotros.

Aceptar nos dirige siempre al alivio.

La mayoría tenemos claro que es normal sentir alegría, sorpresa, ilusión, gratitud, ternura o amor cuando estamos en situaciones agradables. No obstante, parece que nos extraña que algunas situaciones generen emociones como ansiedad, tristeza, culpa, etc. En estos casos nos obsesionamos buscando recetas mágicas que nos alivien, siendo justamente esa resistencia a las emociones desagradables la que aumenta el malestar. En esos casos, lo que ayuda es trasladarnos calma y decirnos a nosotros mismos “es normal que te sientas así”.

Estas leyes nos permiten comprender mejor nuestro funcionamiento ante la aparición de las distintas emociones. Te animo a poner en marcha las recomendaciones mencionadas para cada una de las leyes y comenzar así los primeros pasos hacia una regulación emocional adecuada.

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