Imagina que el mundo es un escenario con todo su decorado y su telón ¿Quién sería el protagonista de tu historia? Cuando damos más importancia a los demás que a nosotros mismos estamos actuando como si todo el mundo pudiese subir a ese escenario menos tú.
Nuestro papel parece ser actuar como público que únicamente observa y aplaude; un perfil que lleva a no sentirnos protagonistas de nuestra vida. Se caracteriza por ser muy complaciente, por exigirse estándares demasiado altos y por tener una autoestima ligada a la validación de los demás. Existe la creencia que “para sentirme querido y feliz, debo de agradar a todo el mundo”. De esto se derivan muchas dificultades como la incapacidad en poner límites por no generar conflicto, la baja tolerancia al fallo, la hiperexigencia en todas las áreas vitales, la dificultad para tomar decisiones, entre otras.
Todo esto tiene un coste a nivel emocional. Se genera mucha ansiedad porque la responsabilidad de llegar a todas esas exigencias cansa. También, se puede experimentar frustración ante la incapacidad para poner límites. Si esos límites se marcan, se experimenta culpa por no haber priorizado al otro. Además, todas estas emociones suelen vivirse en silencio para no generar conflicto en el entorno.
¿Cómo podemos cambiar este patrón?
No se trata de dejar de irnos al otro extremo. Más bien, consiste en ser bueno con una mismo, aparte de con los demás. Es decir, ayudar desde la elección y no desde la imposición. Ayudar sabiendo que mis necesidades y mis derechos están cubiertos. Ayudar sabiendo que, si no lo hago en algún momento, sigo siendo valioso y merecedor de amor.
Te contamos cómo darte otro papel en la obra de TU vida en la que TÚ eres la protagonista y la que elige cuando entran los demás en escena.
- Reconocer este patrón. El primer paso consiste en identificar en qué momentos, en que situaciones y con qué personas actúo de esta manera.
- Conectar con la parte emocional. Vivir en base a los deseos de los demás puede habernos desconectado de nuestras emociones. Ábrete a tus emociones sin juzgarlas ni reprimirlas. Dales espacio para ver qué mensaje nos traen.
- Poner sobre la mesa cuales son nuestras necesidades y nuestros deseos. Dirijamos la mirada hacia dentro. ¿Qué necesito yo? ¿Qué me hace feliz a mí? Un discurso centrado en mi mismo. Date lo que necesites.
- Comenzar a comunicar de manera asertiva. Rompe el patrón de seguir las opiniones de los demás y esconder tu desagrado. Comienza todos tus mensajes desde el “yo”. Para expresar tus pensamientos o emociones sin herir al otro, comienza formulando la frase en primera persona “me pone triste …”, detalla la conducta que no te gusta de manera objetiva “cuando te estoy contando algo importante para mí y estás prestando atención a otras cosas”, explica cómo te hace sentir “no me siento escuchada en ese momento” y, finalmente, propón una solución “me gustaría que si no puedes hablar en ese momento me avises y buscamos otro momento”.
- Fortalecer la autoestima. Pregúntate ¿qué es lo que me hace valiosa al margen de mi predisposición a ayudar?
- Trabajar el miedo a no agradar. Debemos de comprender que, como somos seres sociales, la opinión de los demás nos va a afectar. Lo importante es que no me limite en la persona que quiero ser, en la opinión que tengo y en como actúo. Es decir, para sentirnos autónomas y tomar nuestras propias decisiones, debemos de tolerar el propio malestar que implica decepcionar o romper las expectativas de los demás.
Te animamos a comenzar este camino de autoconocimiento y de cambio. Paso a paso irás sintiéndote más liberado y con más control. Verás que las personas que te eligen lo hacen porque te quieren tal y como eres y no por estar hecho a su medida. Disfruta del camino, no es fácil, pero el resultado merece la pena.