Con frecuencia vemos en consulta cómo las personas se critican con dureza y se castigan ante despistes, descuidos o errores cotidianos, convirtiéndose así en sus peores enemigos. ¿por qué me hablo mal? Cuando preguntamos por la función de esos comentarios tan críticos, la respuesta está clara: tomar conciencia de nuestros fallos y hacerlo mejor la próxima vez.
Pero… ¿realmente es así?,
¿te sientes más capaz después de hablarte tan mal y haberte repetido lo mal que haces las cosas?
La realidad es que la autocrítica no es otra cosa que la expresión del miedo a fracasar, a no ser la persona ideal a la que se aspira. Cuando consideramos nuestra valía en función de los resultados que obtenemos, el amor a nosotros mismos se vuelve inestable y condicional, por lo que nos pediremos cada vez más, al mismo tiempo que lo que ya tenemos nos parece insuficiente.
Antes de seguir leyendo, hazte la siguiente pregunta:
¿cómo reacciono yo ante el dolor o las necesidades de los demás?
Seguramente tu respuesta a la pregunta anterior habrá sido algo parecido a “con comprensión y amabilidad”.
En muchas ocasiones elegimos ser compañeros de los demás en su sufrimiento. Ofrecemos nuestra atención, nuestros mejores cuidados, nuestras palabras de aliento y hasta normalizamos los errores, los fracasos y los fallos. Todo ello con el firme objetivo de que el otro pueda sentirse reconfortado y desde ahí motivado para levantarse y continuar. Cuando esta actitud cálida y amable la utilizamos con nosotros mismos hablamos de autocompasión.
Te presento tres pequeños ejercicios con los que puedes continuar tu entrenamiento en autocompasión:
Conexión con uno mismo o uso de mantras
Esta tarea tiene como principal objetivo no aumentar todavía más el sufrimiento a través del juicio o la autocrítica. Implica dejar de hablarte mal, cambiar tu diálogo interno en aquellas situaciones en las que te enfrentas a emociones difíciles o te sientes vulnerable. Cuando estés en uno de estos momentos, para 5-10 minutos, respira profundamente y háblate con frases como las siguientes:
“estoy atravesando un momento complicado”,
“es normal que mi cuerpo y mi mente reaccionen de esta manera”,
“voy a ser amable conmigo y a aceptarme con mis limitaciones”,
“puedo acompañarme con afecto y calidez ahora que me necesito”.
Estas frases son a modo de ejemplo, pero es fundamental que crees las tuyas propias para que puedas darle sentido.
Carta o visualización del amigo incondicional
Si estás iniciándote en autocompasión y te resulta difícil crear tus propios diálogos tranquilizadores, esta será tu estrategia. Consiste en visualizar a una persona que se preocupe por ti y te acepte de manera incondicional. Crea una imagen de esa persona e imagínala con una actitud amable y comprensiva. Puedes empezar contándole algo que te haga feliz o te haya gustado mientras observas como mantiene una actitud cálida. Pasados unos minutos, cuéntale algo que te haya frustrado, dolido o decepcionado, mientras tomas conciencia de que su actitud compasiva no cambia. Te acompaña pase lo que pase. Puedes prestar atención a lo que te diría esa persona para apoyarte y después escribir una pequeña carta para leerla cuando la necesites.
Actividad cuidadora
Esta herramienta implica tomar conciencia de lo que puedes hacer aquí y ahora para cuidarte, animarte o sentirte mejor. Si a los demás les preparas alguna comida que les pueda gustar, les buscas series que puedan disfrutar o les animas a darse una ducha caliente, ¿por qué no hacerlo también contigo?
Puede ser difícil actuar como nuestros mejores amigos, pero el resultado es un aumento de nuestro bienestar y una mayor iniciativa personal para promover los cambios deseables en la vida.
Recuerda, HAY UN AMIGO EN TI.
Esperamos que os haya sido útil este post. Y recuerda, si tienes cualquier consulta no dudes en contactarnos
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